“Te tengo que enseñar a cocinar, así no puedes seguir”. La última vez que apareció por casa le ofrecí dos opciones: o una pizza congelada, o pedir algo a domicilio. Me preguntó si seguía sin cocinar y le dije que sí, que no hay tiempo, ni ganas. Mi amiga me dijo que me iba a enseñar: ella es chef y algo sabe. Es decir, no es chef de un restaurante con estrellas Michelín y cosas así pero es la jefa de cocina en un restaurante de barrio con bastante fama.
Sandra, que así se llama, se queja a menudo que no puede improvisar mucho en su restaurante porque es un poco tradicional, pero que le une una buena amistad con el propietario y, de momento, no piensa cambiar, aunque tal vez en un futuro a medio plazo ponga ella un local propio. De momento, se contenta con improvisar en su casa… y en la mía, porque se ha propuesto enseñarme a cocinar en serio.
Dice que me va a usar para ver si tiene buenas dotes de enseñanza por si le resulta útil para su futuro, ya que también ha tenido contacto con alguna academia de cocina aunque no ha dado el paso precisamente por falta de experiencia. Lo primero que ha hecho en mi casa es enseñarme como hacer nata para montar: cree que lo mejor es empezar por algo sencillo, por algunos postres. ¿Por qué postres? Porque muchos son fáciles de hacer y son muy agradecidos en el sentido de que son muy ricos. Y tiene razón: una vez hice unas galletas súper sencillas en casa (lo único que creo he cocinado) y es toda una satisfacción comerlas y que gusten a los demás.
Aprender como hacer nata para montar ha sido fácil y hacer tres o cuatro postres también. Creo que Sandra tiene madera para enseñar y no le será difícil hacerlo con más gente si se lo propone. Por mi parte ya ha logrado algo: que la próxima vez que venga a casa no le proponga una pizza congelada como cena.