Hacía tiempo que no estaba contenta con mi aspecto. Me miraba en el espejo y no me gustaba lo que veía. Tampoco es que estuviese muy preocupada. Mi marido me decía que me veía muy bien… pero es que es un Sol: él sabe que he ido cogiendo kilos en los últimos años. Y tampoco estoy tan mayor: no debería haberme dejado así, pero con el trabajo y los hijos, a veces una se olvida de sí misma.
Por mediación de una amiga conocí la liposucción sin anestesia. Yo ya tenía algo de experiencia en cirugía estética porque me había operado la nariz años atrás. Tenía un problema de respiración y aprovechando que debía operarme me hice un retoque estético. Quedé supercontenta, pero por aquel momento no me planteaba en absoluto otro tipo de operaciones… que me sonaban a gente que sale por televisión.
Pero mi amiga me dijo que existía una técnica nueva para quitar esos kilos de más sin necesidad de anestesia. A mí me sonó todo un poco a cuento chino, pero me lo apunté. Un tiempo después volví a quedar con mi amiga y vino estupenda: se había hecho una liposucción sin anestesia. Dijo que al principio estaba un poco asustada, pero que los efectos habían sido mucho mejor de lo esperado.
Por supuesto, me dijo, una liposucción no hace milagros, tan solo ayudar a modelar: es una especie de acicate también para cuidarse más. Así que yo empecé a valorar muy seriamente ‘copiar’ a mi amiga.
Con todo, preferí acercarme a una clínica a preguntar por este tipo de técnica. Decidí ir a la misma que me habían hecho la rinoplastia porque había quedado muy contenta. Y sí, en esa clínica también practicaba la liposucción. Me citaron una semana más tarde para hablar más detenidamente con el cirujano y salí convencida.
Aunque se trata de una técnica que puede ser menos efectiva que la liposucción normal, es más barata y menos invasiva, asegurando una convalecencia más corta. Lo que yo busco, en realidad, es una pequeña ayuda para ponerme en marcha y descubrir, otra vez, los espejos de mi casa.